viernes, 20 de abril de 2012

Aromas




A rosales de un jardín ajeno.
Al sudor del cuello del ahorcado.
Al dulzón lacerante del veneno.
Al óxido en la llave del candado.


Al girasol olvidado en la sombra.
Al polvo enrarecido en la persiana.
A las hojas del ciprés cuando te nombra, 
el viento en el vaivén de mi ventana.


A la sangre pegada en la mancuerda. 
A las lágrimas tatuadas al pañuelo.
El olor de tu olvido me recuerda, 
al penetrante olor del desconsuelo. 



Licencia Creative Commons
Aromas por Raúl García Rodríguez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en raulgarciardz.blogspot.mx.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://raulgarciardz.blogspot.mx/.

miércoles, 18 de abril de 2012

Para Colgar Papalotes Como Quimeras



Enjaular miradas como tigres
Desarmar tigres como esperanzas
Construir esperanzas como dudas
Sembrar dudas como envidias
Escupir envidias como sangre
Robar sangre como sueños
Vender sueños como animales
Embrujar animales como princesas
Teñir princesas como telas
Dormir telas como mentes
Violar mentes como vírgenes
Repicar vírgenes como campanas
Aplaudir campanas como espectáculos
Fumigar espectáculos como hormigas
Vaciar hormigas como cántaros
Entonar cántaros como melodías
Afilar melodías como puñales
Derramar puñales como lágrimas
Cortar lágrimas como historias
Atrapar historias como forajidos
Cobrar forajidos como cheques
Maquillar cheques como quinceañeras
Volar quinceañeras como papalotes
Para colgar  papalotes como quimeras.

Licencia Creative Commons
Para colgar papalotes como quimeras por Raúl García Rodríguez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en raulgarciardz.blogspot.mx.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://raulgarciardz.blogspot.mx/.

viernes, 13 de abril de 2012

Nunca Jamás / Soneto



Corría por las calles solitarias
siguiendo los suspiros de tu suerte,
me perdía y las luces fragmentarias
desquiciaban mis ansias de tenerte.


Te buscaba siendo yo un perseguido,
los pasos no eran tuyos, me seguían
como cuervos acechando a un herido
¡Nunca Jamás! a coro repetían.


No me importó, corrí hasta protegerte,
te guardé entre mis brazos, me hice nido
ignorando un instante a los espectros.


Fue el momento más corto y más inerte,
se fugó entre tu aliento enrarecido,
lo erizó la frialdad de nuestros cuerpos.



Licencia Creative Commons
Nunca Jamás por Raúl García Rodríguez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en raulgarciardz.blogspot.mx.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://raulgarciardz.blogspot.mx/.

martes, 6 de marzo de 2012

DESAPARECIDO

PREMIO NACIONAL DE CUENTO BEATRIZ ESPEJO 2011
http://www.eluniversal.com.mx/notas/820428.html

A la memoria de Ricardo Williams Alatorre.
"Le llamamos memoria a la facultad de acordarse de aquello que quisiéramos olvidar" - Daniel Gélin


Otra vez estaba amaneciendo, lo pensé con disgusto, lo supe porque la pared ya se estaba poniendo tibia. Me empecé a mover para tratar de desentumirme un poco pero las rodillas me ardieron al restregarse contra el piso, encima,  cuando traté de mover los brazos sentí como nunca un  fuerte calambre recorrerme por toda la espalda. Tenía los dedos paralizados  pero a fuerza de abrir y cerrar las manos fui entrando en calor. ¡Qué ganas tenía de levantarme y estirarme! De sobra sabía que era inútil, ya ni el intento valía la pena. Alguna vez llegué a creer que mis músculos y huesos estaban ya tan atrofiados que nunca volvería a caminar ni a moverme como la gente normal. Tenía las muñecas y los tobillos amarrados desde hacía quién sabe cuánto tiempo. Inmediatamente me puse de mal humor.

Pensaba en lo tremendamente estúpido que resulta reconocer el valor de las cosas más simples cuando uno ya no las tiene, en los cientos de veces que escuché la frase “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, y en el mismo número de veces que me burlé de quien me la decía. Claro, nadie piensa que le puede suceder precisamente a uno mismo. Es más, estoy seguro que no lo piensan ni quienes andan regando esa maldita frase por todos lados.

No estaba pensando en mi libertad porque estaba seguro de que tarde o temprano se darían cuenta del error tan absurdo que habían cometido y me dejarían ir. En lo único que pensaba, lo único que quería era poder ponerme de pie y estirarme.  Ahora suena un poco necio, pero cuando no puedes hacerlo, cuando te lo impiden por tanto tiempo eso se convierte en lo único que te importa y lo que te encabrona realmente es haber perdido hasta las ganas de intentarlo.
Me sentía quebrado, humillado hasta el cansancio. Me había cansado de protestar, de pelear, me sentía exhausto  de estar enojado. Pero no quería deprimirme, creía equivocadamente que cuando se te acaba el coraje y las ganas de pelear y te deprimes y  no hay nada ni nadie que te ayude a salir de la depresión pasas a un estado de dejadez absoluta. Dejas de sentir y ahora sí que estás jodido por todos lados. Dejas de creer que finalmente pasará el tiempo y las cosas mejorarán. Jodido pues.

El problema es que el tiempo ya no estaba pasando, los días eran todos iguales,  un poco menos o más malos unos que otros, pero finalmente todos iguales. Amanecía recargado en mi rincón y anochecía en la misma postura. Al principio, contaba los días en mi cabeza hasta que pasaron muchos, demasiados y perdí la cuenta o decidí dejar de contarlos, por capricho, por enojo, o para no volverme loco, no lo recuerdo ya, el caso es que dejé de contar, ya sólo me entretenía adivinando o calculando  cuándo amanecía y cuándo ya estaba anocheciendo. No estaba seguro si me lo estaba alucinando o no, pero creía poder calcular el paso de las horas conforme la pared se iba calentando hasta que según yo ya era de noche porque se volvía a poner fresca. ¿Para qué se cuentan las horas de la espera? ¿Para qué jugar a reducir las horas alargando la miseria de cada minuto?  Todas las esperas son horribles pero son aún peores cuando ya no te lo parecen. Sería tal vez que ya me estaba acostumbrando a mi humillante estado,  o tal vez era la única forma  de no volverme loco. Lo cierto es que ya no me importaba y por eso me daba  coraje ¿Será cierto que a todo se acostumbra uno? No sé, yo creo que más bien de todo se termina cansando uno, se cansa uno de gritar, de protestar y por supuesto se cansa uno de los golpes. Por eso era mejor quedarse quieto, no hacer tanto desmadre y esperar aunque sea un milagro ¿Esperar un milagro es tener esperanza? No creo, desde que uno dice que sólo un milagro te puede salvar, ya estás jodido, ya no tienes esperanza, porque uno sabe que los milagros por definición nunca ocurren.

De haber sabido lo equivocado que estaba me hubiera quejado menos, o hubiera hablado cuando me lo pidieron. ¿Qué hace uno en esos casos en los que todas las opciones parecen tan equivocadas? Tal vez no hubiera cambiado en nada, pero de haber sabido, al menos hubiera tratado de despertar de otra manera, no sé, menos enojado.

Despacio fui abriendo los ojos porque me dolían por lo hinchados que los tenía, quizá había llorado en la noche, no lo tenía tan claro, como muchas otras cosas que pasaban en las noches y de las cuales apenas y recordaba algunos fragmentos.  Las pinches drogas hacen que recuerdes cosas que no suceden y que no te acuerdes bien de otras tantas cosas que seguramente sí pasan. Al principio no  sabía  ni que eran. “Son calmantes”, me dijeron, pero cuando empecé a alucinar y reírme sin poder controlarlo, supe que a fuerza tenían que ser drogas.  Por eso era mejor estar tranquilo y bien callado, entre más alboroto hacías más te drogaban, eso lo aprendí por la mala, un día me drogaron tanto que me la pasé vomitando toda la tarde.  Sólo por eso sé que no estoy drogado ahora y que el estado en el que me encuentro es otra cosa, se siente parecido, pero no hay vomito,  ya no se siente uno jodido.

Al fin pude abrir los ojos completamente. De todas formas no veía nada, la funda que tenía en la cabeza era demasiado negra y demasiado gruesa. Pero uno hace el esfuerzo como quiera, aunque si te descubren te va mal, pero es algo como de instinto, como cuando era niño y me despertaba con miedo por la noche y no veía casi nada y lo poco que veía me espantaba pero de todas maneras me esforzaba por distinguir lo que fuera entre las sombras.  Las amenazas son terribles cuando no las puedes ver pero son peores cuando no puedes llamar a nadie para que te salve, a nadie que te diga que son puras pesadillas y que te diga que nada pasa y que lo que te asusta no existe y se quede contigo hasta que te duermas otra vez.  Y lo único que quieres es desaparecer y no puedes. Pero lo peor es saber que la amenaza es real y no puedes hacer nada por alejarla  y estás completamente solo a pesar de los demás que amarrados como bultos igual que tú, se mecen y se quejan durante toda la noche como espectros que no ves pero los sientes restregándose por tu espalda y sientes la humedad del miedo mientras hablan entre sollozos preguntándose en dónde están y por qué, hasta que escuchas los pasos siniestros y los golpes y los gritos de desesperación y de dolor, y te estremeces y sudas frío, y te quedas como congelado, perdido en tu propia soledad y entonces añoras la mañana que tampoco verás pero al menos será más tranquila. Y se te pasa un poco el coraje, o quizá es que sientes un poco de esperanza. Al menos has sobrevivido una noche más y recobras un poco la compostura y empiezas a adivinar cómo será tu día, aunque sea igual que el anterior,  no importa.

Pronto iniciaría la rutina de siempre. Puertas que se abren y se cierran sin cuidado, pasos fuertes moviéndose en todas direcciones, conversaciones sigilosas que nunca alcanzaba a entender a pesar de lo mucho que me esforzara, ya no tanto por saber en dónde estaba sino ya de perdido por escuchar alguna conversación que pareciera coherente , si eso fuera posible,

Un poco más tarde llegaría la comida. Me acercaban una cuchara que me parecía  demasiado grande y sin embargo, al primer contacto con mis labios devoraba todo su contenido, una revoltura de harinas y grasas a la que ya había aprendido a perderle el asco. Apenas la llenaban de nuevo volvía a tragar con desesperación una y otra vez hasta me dejaban solo y boquiabierto esperando por más. Era la única comida del día así que tenía que aprovechar. De sobra sabía que si reclamaba recibiría un golpe en la  cabeza pero algunas veces, no muchas, si dejaba la boca abierta me daban más.

Al mediodía todo quedaba de nuevo en silencio. Me acurrucaba contra la pared que para esas horas ya estaba muy caliente. Mientras la transpiración humedecía toda mi ropa me sentía a salvo de los olores putrefactos que se volvían más intensos a esas horas, eran como una mezcla de orina y excremento humano que me tenían constantemente al borde del vómito. Mejor ni acordarme de eso.

Los ruidos regresarían hasta en la tarde cuando ya mi pared estaba fresca otra vez. Volvían los mismos pasos, pero esta vez venían arrastrando las mangueras. Era la hora del baño, de las risotadas, de las burlas. Muchos se quejaban gritando que los dejaran en paz y los golpes no se hacían esperar. Yo no. A pesar de sentir el fuerte chorro de agua sobre mi rostro, no me quejaba. Al menos el agua me refrescaba y los dolores del cuerpo se calmaban y los malditos olores se disipaban un poco.

Este día, sin embargo, todo cambió para siempre. El ruido habitual de las mangueras cambió por uno más parecido a cadenas y fierros que chillaron arrastrándose por el piso. Sentí que me halaron del cuello de la camisa y me llevaron a otro lugar lejos de mis compañeros. Me pegaron en la cabeza y dándome patadas en la espalda un hombre empezó a gritarme mientras me apretaba el cuello con una cadena. Me aturdieron sus gritos en la oreja:

- Escúchame bien, pendejo. Ya nos tienes cansado. No hemos recibido nada todavía y parece que a tu pinche familia no le corre ninguna prisa por verte. ¿Tienes a alguien más a quien llamarle? ¿Alguien a quien le importes? ¿Eh? Estúpido, habla. - ¡Tal vez si les mandamos un regalito tuyo se acuerden de ti! ¿Qué dices animal? -escuché la voz demasiado cerca.

“Alguien a quien le importes”. Me caló en el alma. ¿Pero de qué estaban hablando? Era la primera vez que me hacían esto. ¿A quién le habían llamado? “Alguien a quien le importes”, pensé de inmediato en Isabel pero no dije nada.

No tenía sentido. ¡Pero si se habían equivocado de persona! Si hubieran indagado un poco, habrían descubierto que era huérfano y que no tenía dinero para pagar ningún rescate que valiera la pena. Sólo tenía a Isabel, ¿le habrían llamado a ella? No lo sé, de todos modos no pensaba en averiguarlo. Si hablaba las cosas serían todavía peor, si me quedaba callado se cansarían y me dejarían en paz. Estaba equivocado.

Sentí un fuerte estirón en mi oreja izquierda y un ardor me recorrió todo el cráneo. Me zumbaron los oídos y un chorro de sangre caliente y salada me empapó la cara hasta los labios.

- Habla estúpido, o te corto la otra.

¿Por qué me hacían eso? Nunca lo entendí ¿Por qué tanto odio contra alguien que ni conocían? Que nunca les hizo nada. De sobra conocía los resultados que venía dejando la guerra entre los narcos de la ciudad; cadáveres sin cabezas abandonados en las avenidas como perros atropellados, colgados en los puentes peatonales, calcinados dentro de sus coches, baleados de metralla por todos lados, hasta cuerpos que claramente fueron pasados por ácido como medida de tortura, pero eso era algo entre ellos ¿Yo que tenía que ver en todo eso? Aún si lo que querían era conseguir dinero, ¿por qué el ensañamiento?

No lo sé, de todos modos yo estaba sumergido en el dolor y no dije nada, Ni siquiera protesté, me quedé callado y encogido en el suelo, pero era tanto mi miedo que sentía como los temblores de mi cuerpo retumbaban en el piso y desesperadamente trataba de calmarme para no hacerlos enojar más. Entonces hice lo que todas las veces que no soportaba el miedo durante la noche, me refugié en el recuerdo de la noche anterior a mi captura, la noche que sin saberlo, sería la última de alegrías y risotadas sin sentido en compañía de mis amigos, la última noche que pude hablar aunque fuera tan sólo por unos minutos con Isabel.

Habíamos salido a celebrar mi despedida de soltero. Fuimos al bar donde nos reuníamos siempre; a jugar billar, a tomar cerveza y desafinar con el karaoke, pero sobre todo a platicar; del trabajo, de la familia, de política, qué se yo.

Esa noche por supuesto yo fui el blanco de todas las burlas y las bromas que habitualmente se distribuían más democráticamente. Sergio sacó un mandil de la cocina y me lo puso por la fuerza. “Para que te vayas acostumbrando”, reían. Miguel, con sus 120 kilos de peso y su metro ochenta de estatura, salió del baño envuelto en papel sanitario, según él, vestido de novia. Me persiguió por todo el bar con la falsa intención de darme un beso mientras que con una ridícula voz femenina mascullaba toda clase de insultos; ¡Desvergonzado, cumple con tus obligaciones! ¡A mí no me dejas vestida y alborotada! El resto trataba de obstruirme el paso pero con suerte logré esquivarlo.

Más tarde Carlos sacó la guitarra y como siempre cantamos como gatos desafinados. Fuimos el peor mariachi de la historia, pero nos reímos mucho.

Ya muy entrada la noche, la conversación se volvió más seria. Con veinticuatro cumplidos, yo era el primer valiente del grupo a punto de casarme.

- ¿Pero tú estás seguro de la pendejada que vas a hacer? -me dijo Miguel dándome una fuerte palmada en la espalda. – Mira que a lo mejor Isabel ya no te va a dejar salir con nosotros.

- No me jodas Miguel, si ya la conoces. O pero, ella ya los conoce a ustedes y creo que hasta los quiere un poco.

 - Ya, eso te dice, eso dicen todas -replicó poniendo cara de enfado.

- A ver si cierras ese hocico de una vez -le gritó Javier desde la barra.

Después de dos años de noviazgo, me había costado más de una discusión agria con Javier para convencerle de que no hiciera tanto escándalo y me dejara salir con su hermanita consentida. Así que el gesto de regañar a Miguel, aún en plan de broma, me causó un placer especial.  Al final hasta se ofreció a llevarme porque yo no traía coche y no estaban las cosas como para tomar un taxi.

Las calles a esa hora de la madrugaba ya estaban desiertas. No siempre fue así. Recuerdo que hace apenas unos años, el Barrio Antiguo siempre estaba a reventar los fines de semana que por cierto solían empezar desde el jueves. Los bares permanecían abiertos muchas horas después de lo permitido por el horario oficial y los líos con la policía y las notas más escandalosas de los periódicos se debían a pleitos entre los dueños de los bares y las autoridades, multas y clausuras de negocios por permitir la entrada a menores de edad. Los retenes policiacos servían únicamente para decomisar coches de conductores alcoholizados.

Monterrey vivía hasta entones como en una edad de la inocencia perpetua, lejos de la ciudad de México donde los asaltos, los secuestros y los asesinatos eran el pan de cada día de los noticieros y veíamos de lejos y con recelo a la capital del país como la meca de todos los males y todas las degradaciones de este país.

Pero todo fue cambiando poco a poco, casi sin darnos cuenta nos fuimos acostumbrando al nuevo escenario de balaceras y  narcos, zetas y “gente del Golfo”, grupos y organizaciones de las que ahora todo el mundo hablaba aunque no supieran realmente nada.

Mis amigos y yo habíamos optado por salir menos y cuando lo hacíamos íbamos a un bar que nos quedaba más o menos cerca a todos. Generalmente nos íbamos más temprano, pero como era mi despedida, la plática se alargó y se nos hizo tarde.

Javier iba manejando un poco nervioso, pero a mí el alcohol y la falta de costumbre me estaban adormeciendo. Se me caían los ojos de cansancio cuando sonó mi celular. Era Isabel, estaba un poco molesta por la hora pero cuando supo que iba con su hermano se apaciguó un poco.

- Sí Chavela -le dije con fastidio simulado, llamándola por el apodo que no le gusta para molestarla un poco.  - Voy directo a la casa. Voy con este mastodonte ¿Qué me va a pasar? Se me hace que Miguel tiene razón -reí.

- ¿De qué hablas? -me preguntó sin entender la broma.

Iba a tratar de explicársela cuando sentimos que un coche nos golpeaba por atrás mientras una camioneta nos cerraba el paso por el costado derecho.  

Javier frenó de golpe y todavía estábamos aturdidos cuando nos rodearon varios tipos armados con rifles y las caras cubiertas. En medio de la conmoción no supe ni cómo responder, sin darnos tiempo nos sacaron a empujones. Me dieron un golpe en el estómago y otro en el rostro. Me ataron las manos, cubrieron mi cabeza y me subieron a una camioneta.

 - ¡Ricardo! ¡¿Qué pasó?! ¿Chocaron? ¡Ricardo, contesta! –fueron las últimas palabras que le escuché.

– ¡Isabel! -le grité con todas mis fuerzas pero creo que nadie me escuchó.

Una punzada en la espalda me sacó de mi destierro mental.

- Habla pendejo. - ¿A quién tenemos que llamar? ¿Me estás escuchando hijo de puta? ¡Te va a cargar tu chingada madre! ¿Qué esperas pinche marica? ¡Habla o te trueno!

Sentí el metal frío de un arma en la nuca y  luego me patearon en la espalda. Mi pecho inflamado recibió los golpes como tamborazos que resonaron por todo mi cuerpo. Ya ni los sentía pero pude escuchar como mis costillas crujían al romperse.

En el último intento de supervivencia, traté de hablar pero de mi garganta apenas y salió un chillido opaco. Tenía la boca convertida en una masa sanguinolenta e inútil. Por instinto me pasé la lengua por los labios y los dientes rotos y fue entonces que empecé a vomitar sangre.

Me quitaron la funda de la cabeza pero la luz  me deslumbró como un rayo y sólo pude ver bultos y sombras.

Una vez más intenté gritar pero mi voz no se escuchó, en su lugar, un calor húmedo me brotó por la ingle anegando mis pantalones. Tirado boca abajo contra el piso, un espasmo me hizo estremecerme segundos antes de que un rugido indescriptible me ensordeciera para siempre.

Ya no respondí a sus ataques pero no les importó, continuaron golpeando mi cuerpo insensible a las patadas y a los cachazos de fusiles. Así siguieron hasta que se cansaron. Con total indiferencia se fueron tranquilizando sentándose en suelo como si acabaran de terminar un partido de futbol.

Ahora que por fin puedo verlos desde esta esquina, en esta habitación llena de luz y de silencio, ya no siento nada por ellos. No siento nada por mí. No es que eche de menos el coraje, mucho menos el miedo, pero todo es muy extraño. Simplemente no siento nada. Una paz absoluta me adormece como si me abrazaran con una frazada suave y gruesa. Dentro de ella ya nada importa, el tiempo ha perdido su esencia porque mi espera ha terminado por fin.

Los observo tranquilo, ya nada pueden hacerme. La noche se ha ido y las sombras y las amenazas quedaron reducidas a pesadillas lejanas, como siempre, como tenía que ser. Vuelvo a sonreír. Desaparezco.




Nota importante: Todas las fotos que aparecen en esta entrada son propiedad intelectual de Eduardo Jiménez Román y pertencen a la serie "Ojos del Tiempo" la cual fue premiada en Guadalajara este mismo año.

Licencia Creative Commons
DESAPARECIDO por RAÚL GARCÍA RODRÍGUEZ se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en raulgarciardz.blogspot.com.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://raulgarciardz.blogspot.com. Licencia Creative Commons
"Todas las fotos que aparecen en esta entrada" por Eduardo Jiménez Román se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en raulgarciardz.blogspot.com.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://raulgarciardz.blogspot.com.

domingo, 8 de mayo de 2011

TE VEO


Primer Lugar. Premio Internacional. Letras Sueltas Expresión Urbana - Cali Colombia. Mayo 2011. Temática: Muerte o Vida Después de la Muerte.


Te despertaste despacio y aún somnolienta te incorporaste a tientas. A pesar que yo había partido desde hacía mucho, tu primer pensamiento, como siempre, fue asomarte a la ventana para al menos ver mi silueta alejándose por el camino. Otra vez no me encontraste. Tus ojos de miel se posaron sobre el suave verdor de los helechos del campo que serpenteaban ente las firmes raíces ocres de los sauces lloriqueantes. Elevando el corazón hacia el interminable cielo, la tímida luz de la mañana te acarició el rostro con esperanzas de otros tiempos mientras suspirabas soñando con que quizás mañana correrías con mejor suerte.

A lo lejos, el solitario naranjo persistente e inmune al paso de las estaciones te presumía sus brazos que recargados de frutos maduros se inclinaban postrándose hasta la orilla del río.

Sonreíste al recordar la última tarde en la que nos bañamos ahí. Jugábamos entre sus corrientes mansas y cristalinas, empujabas con las manos el agua hacia mi cara y me molestabas con tu fingida voz de niña malcriada.

- No quiero irme nunca de aquí, Jorge. Nunca. ¿Oíste? Nunca. ¿Ah? ¿Me está poniendo atención?

Yo te abracé en silencio y te cerré tus labios con los míos. Nos quedamos muy juntos, hasta que la tarde cayó rendida en el horizonte y tú sucumbías al roce cadencioso de mis manos, al encuentro de los labios y los pechos, a los juegos de las caderas y los muslos entrelazados. Renacíamos como siameses bajo los fulgores de la noche más estrellada.

Saliste de tu ensoñación. “Las horas pasan más de prisa en el otoño y hay que aprovechar la luz del día”. Con el entusiasmo de una jovencita que espera la visita de su novio, recogiste la ropa, tendiste la cama acomodando nuestras almohadas perfectamente una junto a la otra. Limpiabas los pisos con ahínco pero al ver mis botas tiradas por el suelo tuviste que detenerte para contener una carcajada. Como siempre, no había hecho caso a tus insistentes regaños.

- “¿Por qué nunca puedes poner tus cosas en su lugar? ¿No te das cuenta de todo el trabajo que me das?”

- “Sara. Hermosa. Si dejara todo en su lugar, no tendrías con qué acordarte de mí cuando no estoy.”

- “Pues con lo que has dejado tirado ayer, podrías irte muchos meses antes de que yo me olvide de ti”.

Al recordar la última frase, te arrepentiste de haberla siquiera pronunciado. - "No es bueno jugar con esas cosas."

En la regadera, el agua tibia recorría tu piel aperlada, Empapaba tu larga cabellera negra y brillante que remojabas y exprimías una y otra vez sobre los hombros. Enjabonabas tu pecho, tus brazos, tus caderas y tus muslos y el concierto de tu cuerpo de mujer madura se llenaba y se vaciaba intermitente entre un espacio presente y táctil y otro lejano y ausente.

- Al menos no se olvidó de llenar el tanque antes de irse -reíste divertida.

Pero tu risa, como de moneditas que caen sobre cristal, se interrumpió en un instante. - ¿Cuándo volverás? -enjugaste las lágrimas precoces en la blancura de tu toalla.

Terminaste de hacer la comida en bata y, presintiendo la hora, corriste para terminar de arreglarte. Cubriste tu pelo con una pañoleta porque estaba ya demasiado largo para peinarlo de otra forma. Te enfundaste en la falda larga que me gusta, te pusiste la blusa de flores púrpuras que te regalé y por variar, te echaste encima una verónica negra. Te miraste al espejo. Te gustó. Nos gustó.

La noche te sorprendió poniendo la mesa. Volaste ilusionada hasta el balcón para esperar por mí. Tus ojos perennes escudriñaron el camino a un lado del arroyo hasta que la oscuridad de las horas se te fueron escurriendo por las mejillas.

y como cada noche, no volveré. Confundido entre el silbido nocturno del follaje de los sauces, invisible como el llanto callado del arroyo, acurrucado bajo los maduros frutos del naranjo, te veo y te descubro tan imposible y tan hermosa, como cada mañana que despierto a tu lado, que paso las horas contigo y sin que tú te des cuenta, y te observo mientras aseas la casa ilusionada con mi regreso, y te lleno el tanque para embelesarme con tu cuerpo desnudo mientras te bañas jubilosa al recodar nuestras tardes en el río, y me quedo junto a ti para consolar los sollozos de tu sueño intranquilo y acaricio tu negra cabellera que brilla suave entre mis dedos.

Insumiso ante la inutilidad de mi presencia, te veo y arrojo mis botas al suelo para que nunca te olvides de mí.


OPINIÓN DEL JURADO: Es la amalgama perfecta entre prosa y verso. Dan ganas de leerlo en voz alta. Administra el lenguaje poético en la justa medida, sin saturar y sin desviarse de la historia. Todo lo contrario le da intensidad al relato; que es a su vez, más un recuerdo prolongado, pasajes en la memoria. Describe situaciones que logran fácil identificación entre lectores de cualquier parte del mundo; es universal. Excelente manejo de la mística, de lo difuso y de lo preciso en un recuerdo. Nos remite a diferentes momentos y ambientes en tan solo dos páginas sin llegar a perder contundencia en la trama.  Este cuento gana holgadamente en el presente concurso. Se podría decir que “sacó la pelota fuera del estadio” y ojalá caiga en alguna editorial. SOBRE EL VEREDICTO FINAL: PRIMER LUGAR
http://www.facebook.com/#!/photo.php?fbid=209732165713890&set=t.764415456&type=1&theater

Licencia Creative Commons
TE VEO por RAUL GARCIA RODRIGUEZ se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 3.0 Unported.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://raulgarciardz.blogspot.com/.

miércoles, 26 de enero de 2011

En Silencio






 
 
Se despertó de pronto. Se incorporó en la cama, pero se quedó sentado, muy quieto, apoyado contra el respaldo. Miró hacia el lado opuesto y lo encontró intacto y solitario.
Volteó para ver el reloj que mostraba imperturbable las horas de la madrugada y entonces lo sintió de nuevo. Ahora justo a la entrada del dormitorio, hostigando la madera, del otro lado de la puerta.

Advirtió cómo se movía por el pasillo, inquietando los cuadros de las paredes a su paso, sacudiendo el piso de la escalera, lastimando los muebles de la sala, tropezando a través de las sillas del comedor hasta que llegó a la cocina, donde como de costumbre, inició el quebranto de las puertas de la alacena, el trastorno en el interior del refrigerador, el maltrato de las sillas contra la mesita de centro, la conmoción de los platos unos contra otros.

Acá en la habitación, él continuaba titubeando hasta que después de un largo rato se puso de pie, se ciñó el cordel de la bata, caminó hasta llegar a la puerta y se quedó ahí parado, examinándola, sin atreverse. Allá en la cocina, la revuelta de los platos continuaba.
Finalmente y por primera vez, decidió a dejar la seguridad de la habitación. Abrió la puerta con timidez, miró a los lados y se movió despacio a través del pasillo donde los cuadros impasibles lo miraban. Bajó las escaleras, recorrió la sala y el comedor y sin atreverse a traspasarla, se quedó a un lado de la entrada de la cocina, recargado contra la pared.

—Buenas noches. Supongo que no te molestará si te acompaño.

Sin obtener más respuesta que el desacierto de una taza contra su plato, continuó insistiendo:

—Tenemos que parar. ¿No te parece? ¿Por qué no descansamos ya de esta situación?

Se pasó una mano temblorosa por el cabello, se secó el sudor de la frente, respiró hondo:

—¿Sabes? Extraño los momentos en que realmente estábamos juntos. Pero no podemos seguir así.

No hubo respuesta.

—Lucía, supongo que tu intención es llamar mi atención. ¿Por qué no me dices de una vez qué es lo que quieres?

Del otro lado del muro, una silla se alejaba de la mesa mientras una taza desfalleció contra el frío mosaico del piso.

Repentinamente algo en él se transformó, un ardor intenso le inundó el rostro, golpeó la pared con el puño y sin pensar ya en lo que hacía entró:

—¡Con un puto demonio! ¿Qué es lo que quieres?

Apenas atravesó el umbral, se dio cuenta del error que cometía. Sintió de súbito la intrusión de una mirada seca que le martilleó el rostro y lo escudriñó por completo con gris detenimiento. Él permaneció inmóvil y boquiabierto. Los ojos le escurrieron hasta la garganta donde la humedad se le confundía con el sudor que le anegó el pecho estrangulando sus palabras y cualquier otra posibilidad de escapatoria.

Se quedó así, inerte, hasta cuando por la ventana comenzaron a entrar los tímidos rayos del sol y entonces sintió como se alejaba a través de la puerta de la cocina, por entre las sillas del comedor, hostigando los muebles de la sala, atajando los escalones de la escalera, acercándose a la puerta de la recámara, para luego volver a bajar y trasgredir por la sala y nuevamente por el comedor hasta extinguirse por completo.

La noche regresó y él continuaba temblando, sentado con la espalda rígida, adherida al respaldo de la cama. Sus ojos aunque inmóviles parecían buscar entre la oscuridad algún rastro que confirmara la razón de su temor, pero sólo pudo sentir una frialdad callada y opaca.

Ya no volvió a levantarse jamás, se quedó aquí en silencio y yo me quedé junto a él, abrazándole, aunque estoy segura que sigue encontrando mi lado de la cama intacto y solitario, incapaz de reconocerme.


Licencia Creative Commons
En Silencio por Raúl García Rodríguez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 México.
Basada en una obra en raulgarciardz.blogspot.com.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://raulgarciardz.blogspot.com/.

martes, 7 de septiembre de 2010

INTRUSOS

Nota. Cuento publicado en la revista de la Escuela de Letras de Madrid. (Link a la revista)
Cuento publicado en la revista chilena El Puñal ( Link a la revista )


Amanece. A pesar de que la luna menguante pero obstinada sigue imperturbable al costado de un cielo azul claro y ausente de nubes. Y aunque el sol no aparece, el lago se va iluminando y el ambiente va ganando temperatura después de una noche innecesariamente fría.

Recargado al filo de la ventana, desde la modesta habitación situada en lo más alto de esta colina con forma de hormiguero, ante mis ojos aparece el pueblo completamente rodeado por aguas serenas y turbias.

Desde aquí puedo observar las pequeñas embarcaciones que abandonan la orilla en grupos de cinco y ocho. Se adentran en el lago, elevan al aire sus redes con forma de de alas de mariposa para luego hundirlas en el fondo y levantarlas cargadas de peces que luchan inútilmente por escapar de una muerte segura.
Las primeras campanadas de la misa de seis consiguen que vuelva la mirada hacia la torre de la pequeña iglesia incrustada entre las casitas de techos rojos y paredes blancas. Es entonces que las cocinas de los pequeños restaurantes, distribuidos a todo lo largo de la gran escalinata que baja desde la monumental estatua de Morelos hasta los muelles, empiezan a exhalar columnas de humo grisáceo que van invadiendo el aire con un olor a pino fundido. Poco a poco, los Purépechas van saliendo de sus casas y sin destino aparente caminan decididos y con prisa. - El pueblo ha despertado -alcanzo apenas a escucharte entre la brisa.

Es domingo de pascua y dentro de pocas horas la paz cederá al barullo de los turistas que abarrotarán las calles y las pequeñas plazas para ver a los niños, que ataviados con máscaras de viejitos y sombreros de paja, bailarán felices al ritmo de violines eternamente desafinados mientras sus padres intentarán conseguir algunas monedas a cambio del espectáculo.

Desfilarán por doquier tropas de niñas con trenzas adornadas de listones coloridos, vendiendo artesanías miniatura y dulces de tamarindo dispuestos en jarritos de barro negro pintados con flores, abusando, por ser día de fiesta: "¡A cinco la bolsa con diez!".

- Seguramente será imposible encontrar un lugar disponible para comer. -suspiro.

De todos los pueblos que visitamos en México, siempre encontraste la forma de convencerme para regresar justo a éste. En realidad, nunca me importó, yo siempre he venido sólo por ti. Es hasta hoy que a través de tu esencia, intento descubrir la magia con la que te cautivó.

De regreso en el interior de la habitación, recojo mis últimas cosas con la intención de prepararme para salir y justo al llegar a la puerta me detengo a mirar por última vez la cama deshecha y perturbada por almohadas y sábanas abandonadas al azar, pero aún capaz de dar testimonio de la noche que de todas las formas posibles, apenas terminó.

Te dejabas acariciar. Desnuda y boca arriba, con el cabello derramado sobre los hombros enmarcando tu cara de niña inocente y con tus ojos rotundos y buenos observándome tocar con los labios tus senos, mientras yo sentía una deliciosa calidez invadiendo toda tu piel.

Tu cuerpo se erizó y reíste nerviosa.

- Vas muy aprisa ¿Cuándo me vas a escribir un cuento? -me preguntaste fingiendo apatía.

- ¿Tú crees que le escribo cuentos a todas mis novias? -te contesté riendo con la intención de hacerte rabiar.

Gruñiste tratando de escapar de mis brazos pero no lo permití. Me abrí paso por tu pecho, rocé con malicia tus hombros y manos, besé tu abdomen y me deslicé entre tus piernas para hacerte gemir de placer hasta que éste se volvió insoportable.

Me empujaste el pecho con las piernas y te montaste encima de mí. Te tomé de las caderas encabritadas mientras galopaban sobre las mías con violencia frenética. Yo intentaba entretanto despejar el pelo de tu rostro, pero sacudías el cuello impidiéndomelo adrede.

— Quiero ver tu cara. -exigí.

- ¿Qué es lo que mas te gusta de mí? -me desafiaste orgullosa.

- Todo. -te mentí mientras de tu garganta escapaba el último aliento de placer.

Caíste rendida sobre mi pecho y te abracé como siempre. Más tarde te acurrucaste a mi lado y tomaste el libro de cuentos que te regalé.

- Dejaste la ventana abierta, tengo frío.

- Esa era la intención -sonreí.

No quería dejarte leer y haciéndote cosquillas me puse a jugar con tu pelo intentando distraerte mientras te canturreaba: - "Eva tomando el sol, besos, cebolla y pan, ¿qué más quieres Adán?"

- No molestes -chillaste sin apartar la vista del libro-. No me gusta esa canción.

- ¿Por qué? -te contesté como si no supiera ya la respuesta.

- Ya te lo he dicho muchas veces, es muy triste.

- Bueno y dime, ¿cuál cuento estás leyendo?

- ¡Dis-leur de ne pas me tuer!
- Ah sí, muy interesante, pues no se cuál es ese.

- ¡Dis-leur de ne pas me tuer! —repetiste riendo a carcajadas.

- Come mierda -grité bromeando y te arrojé la almohada mientras salía de la cama para encender un cigarro cerca del balcón.

- Deja de fumar y cierra esa ventana que tengo frió, ¿qué significa horcón?

- Es un ahorcado gordo -reí-. ¿Qué no sabes español?

- Pues sé más español de lo que tú sabes francés.

- Eso es porque te la has pasado de vaga por México pero todavía tienes un terrible acento chillón y afrancesado.

- No tengo ningún acento, y sé español porque soy muy inteligente.

- Bueno Sofía, olfatear el libro cada vez que cambias de página no te hace ver muy inteligente.

- Huele rico -sonreíste - Además, si me escribieras más cuentos, sabría más español. Y me llamo Sophie, no Sofía, que así se escucha mal.
- Pues significan lo mismo y no te quejes, que tú eres la primera que lee todo lo que escribo.
- Sí, pero hace mucho que no escribes para mí, no es lo mismo. ¿Por qué ya no me escribes como antes? ¿Ya no sientes nada por mí?

- No seas boba, ¿qué tiene eso qué ver? Sabes bien que te quiero.

- Sí, pero ya no es igual. Antes escribías cuentos acerca de nosotros y en París me prometiste uno especial, uno que hablara del futuro que tendríamos algún día, cuando viviéramos juntos.

- ¿A qué viene ahora todo eso? ¿Estás discutiendo por nosotros o por un cuento?

- Pues tal vez era sólo un cuento, pero lo prometiste.

- Y tengo dos años pidiéndote que te vengas a vivir a México. ¿Qué tal tu cuento?

- ¿Ah sí? ¿Y qué pasó con el pequeño asuntito que ibas a resolver antes de que viniera? ¿Ese era otro cuento?

- Ya no sé ni de qué estamos hablando.

- Yo tampoco. -chillaste enojada arriscando la nariz.

Ya no supe qué más decirte y te volteaste para darme la espalda tapándote con la sábana.

Me pregunto si algún día te acordarás de todo esto. De lo que sí estoy seguro es que ignoras que me quedé observándote un largo rato mientras dormías. Pensé varias veces en despertarte y hablar contigo pero no me atreví. Vencido finalmente por el sueño, me acosté de nuevo a tu lado y te susurré al oído:

- Lo que más me gusta de ti, es tu cara de niña traviesa.

Sólo contestaste con un leve quejido.

Desperté solo y al borde del colchón. Miré con extrañeza el libro de Rulfo tirado en el piso y estiré una mano para alcanzarlo. Sobre la pasta leí tu mensaje escrito con pintalabios:

¡Dis-leur de ne pas me tuer! ¡A jamais!

Dejé la cama y todavía adormilado me fui percatando de todo. Daban cuenta de tu huída, la ausencia de tu maleta y de tus cosas de baño. Sobre la mesita de noche, solitaria se enfriaba la taza de café que seguramente bebiste mientras yo dormía. Furioso, la lancé contra la pared convirtiendo en añicos el último vestigio de tu presencia.

Encendí un cigarro y maldiciendo me asomé por el balcón, no sé si con la absurda intención de buscarte entre las callezuelas aún a oscuras. De todas maneras, no te encontré.

Regresé a la cama e intenté calmarme pensando que seguramente sólo sería una más de tus rabietas.
Lo cierto es que no regresaste. También es cierto que no volvimos a vernos jamás en ningún otro sitio.
Evité por mucho tiempo regresar a este lugar porque esperaba hacerlo como siempre, contigo. Pero después de todos los intentos por contactarte, me fui haciendo a la idea de haberte perdido para siempre.

Llegué ayer por la tarde. La noche me embriagó con una tristeza inerte y me escondí entre sus sombras hasta que la mañana me sorprendió recargado en la misma ventana desde donde te observé por última vez hace ya muchos años.

Con las horas, la habitación termina de iluminarse. El balcón sigue abierto y el viento entra con frías bocanadas de yerros añejos seduciendo a las cortinas en un juego de luces y sombras sobre la cama que ahora adquiere un talante más parecido a la nostalgia que a la desesperanza. Todavía frente a ella, dejo caer mis cosas al piso y extraigo de mi maleta el último intento por cumplir una vieja promesa.

Regreso al balcón y me siento a observar a Janitizio danzar en el día de la resurrección - "No quedan plazas para dos intrusos en el paraíso" -silbo la canción que nunca te gustó.

¿Cuándo te voy a escribir un cuento? Ahora mismo.

Licencia Creative Commons
Intrusos por Raúl García Rodríguez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 México.
Basada en una obra en raulgarciardz.blogspot.com.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://raulgarciardz.blogspot.com/.

sábado, 27 de marzo de 2010

Al Amanecer



Sentado en el borde de la cama frente al balcón abierto de la habitación en penumbras, contemplaba al mar embravecido que seis pisos abajo se enzarzaba contra la tormenta en batalla campal martirizando la playa con truenos y fulgores intermitentes desde hacía ya demasiado tiempo. Las olas rompían con furia en la arena y los rugidos entremezclados eliminaban cualquier posibilidad de sosiego y paz. ¿A que hora terminarían?


Cubrió su rostro con ambas manos y cerrando los ojos apretó los dientes intentando que la noche desapareciera de cuajo llevándose con ella el suplicio que martillaba su cabeza. Seguramente el amanecer le traería la calma y aunque ésta fuese pasajera eso no importaba. “¡Ya cállense!”, gritó al vacío pero su voz se confundió con la furia del viento que arrebataba las hojas de las palmeras.

Respiró hondo y miró hacia un lado reconociendo su reflejo en el cristal de la puerta. Aun sentado, su cuerpo de un metro noventa resultaba imponente. Llevaba el torso desnudo y las caderas cubiertas por un breve bañador dejando al descubierto unas piernas ejercitadas en exceso al igual que los enormes músculos del pecho y los brazos que se hacían más notorios con cada estremecimiento del cielo. La cabeza afeitada y la frente amplia resaltaban un par de ojos grises que ahora le devolvían una mirada suplicante.

En cualquier otra ocasión hubiese sonreído con vanidad descara pero no era el caso. La contorsión de su rostro ponía de manifiesto la angustia enajenada que lo abatía al grado de hacerle sentir miserable.

Sin embargo, su atlética figura le había servido bien en la mañana, cuando caminando por la playa al lado de un mar en perfecta calma, encontró a un grupo de mujeres que demasiado alegres para la hora, usaban al incipiente sol de pretexto para desnudarse y recostarse a sus anchas sobre la fina arena blanca que aún se sentía fría.

Ahora la única mujer visible languidecía a su lado, igual de desnuda pero con el rostro semioculto por la almohada y la larga cabellera que rozaba sus caderas bronceadas e indiferentes. Al mirarla, la cubrió con la sábana y la dejó descansar.

Estiró el cuello levantando la barbilla para refrescarse con las gotas de agua que empujadas por el aire llegaban hasta el interior de la habitación y las imaginó en su rostro como miles de hormigas huyendo en busca de refugio. No se sintió mejor. Se levantó caminando hasta el barandal del balcón y volvió a gritar, esta vez incluso con más fuerza que la anterior pero con el mismo resultado: - ¡Malditas!

Regresó empampado y se quedó inmóvil para observarla detenidamente en un breve remanso de paz.

A pesar de estar cubierta, pudo recrear en su mente el rostro ovalado y terso, los largos y azules ojos tristes como lagos diáfanos que contrarrestaban con la pequeñez de su nariz y los insolentes labios pintados de carmín subido que horas antes entreabriera sin disimulo al ritmo de la música y de las contorsiones de su cuerpo delgado y frágil ataviado con jeans deslavados y ajustados y una blusa negra adherida con celo a un par de senos redondos y bien formados.



Había llegado a Cancún en busca de nuevos placeres que además lo alejaran por un tiempo de la ciudad en donde sus andanzas se estaban volviendo cada vez más notorias y riesgosas.

La temporada no podía ser mejor, en pleno abril la isla estaba atestada de jóvenes que arribaban de todas partes con la única idea de divertirse con desenfreno durante las cortas vacaciones de primavera. Entre ellos podría mezclarse con facilidad sin temor a ser reconocido.

Supuso que además el clima le ayudaría a sentirse mejor y que el sol del caribe le disminuiría sus intensos y cada vez más frecuentes achaques. Sin embargo éstos no cedieron después de seis días de infructuosos intentos por concretar alguna conquista nueva.

Comenzaba a sentirse aburrido y solo mientras caminaba esa mañana por la playa, cuando a lo lejos distinguió al grupo. Se acercó despacio y las observó con cuidado. Al ver entre todas a una trigueña delgada con una inmensa cabellera rojiza le gustó de inmediato. Con dificultar rebasaba los 20 años, pero tenía el cuerpo bien formado a pesar de que la sonrisa lozana que le devolvía denunciaba su corta edad.

Al notarlo, rieron colocándose el bikini con pena y rapidez. Caminó indiferente hasta situarse entre el mar y las sombrillas donde se refugiaron para observarlo y susurrar entre ellas. De su mochila sacó una toalla y un libro demasiado gordo que dejó caer en la arena. Tendió la toalla con cuidado, se recostó tomando la novela que jamás leyó y sacudiéndole la arena la abrió por la mitad. Fingiéndose absorto detrás de sus gafas de sol, se dispuso a esperar pacientemente.

Tras un buen rato, escuchó sus risas pasando muy cerca. Una de ellas le dejó un –hola- mientras se alejó sin voltear a verlo para correr en compañía de sus amigas a remojarse en la orilla del mar.

Cuando volvieron, se incorporó quitándose las gafas e ignorando al resto le devolvió el saludo a la trigueña mirándola fijamente como si no existiera nadie más a su alrededor. Ella se detuvo mientras las demás continuaron el camino de regreso a las sombrillas.

- ¿Cómo te llamas? –le preguntó invitándola a sentarse con un ademán.

Ella le contestó con su nombre mientras se acomodaba a un lado, pero el lo olvidó de inmediato. – Lo mejor será llamarte de otro modo –se dijo en silencio sin dejar de sonreírle.

- ¿Qué lees? – preguntó mirando el libro.

- Es la historia de un príncipe traicionado por su amada. -le contestó con falsa solemnidad.

- Dime la verdad, protestó divertida.

- Es verdad, lo juro. Es más, justo leía como el dolido príncipe evocaba la figura de su amada cuando de pronto apareciste tú y me dije: ¡No puede ser! ¡Debo estar alucinando! ¡Pero si es exactamente igual a la princesa!

- Eres un mentiroso, le espetó riendo a carcajadas.

- Bueno, bueno, no es verdad, pero de ser cierto, tampoco me hubieras creído, ¿cierto?

- Quizás.

- Quizás -repitió.

Se quedaron así un buen rato, platicando de naderías hasta pasado el mediodía y aunque no le molestaba más el sol que la plática infantil de la trigueña, continuó mostrando interés mientras pensaba en la forma de terminar con el parloteo y pasar de una buena vez a la siguiente etapa.

La trigueña volteó por fin a ver al grupo de amigas que no paraban de mirarla y hacerle burla. Se puso de pie y le dijo:

- ¿Por qué no vienes un rato con nosotras? –señalando a sus amigas.

- ¿Qué tal si mejor nos vemos más tarde? –contestó volteando a ver su reloj. - ¿Van de fiesta esta noche?

- ¿Y que otra cosa? – contestó ella sonriendo.

- ¿Qué te parece si me dices adónde van y nos vemos ahí en la noche, princesa?

Seguramente se quedaría sonriendo mucho rato después de que se marchó y le dejó un leve beso en la mejilla.

Llegó al lugar acordado con dos horas de retraso. La buscó con cautela entre la multitud que se arremolinaba junto a la barra en donde además de despacharse bebidas a velocidad extrema, un grupo de bailarines con uniforme de meseros se contoneaba unánime entre acordes de música estridente y juegos de luces láser multicolores.

La alcanzó a ver en una esquina junto a su grupo de amigas pero no fue hacia ella. En lugar de eso, se abrió paso entre la gente de la barra, pidió una cerveza y se quedó observándolas un rato más hasta que comprobó que la botella de vodka que tenían sobre la mesa lucía casi vacía y determinó que era el momento de abordarla.

Se aproximó con una botella de Absolut en la mano seguido de un mesero que hacía malabares entre la gente para no terminar derribado con todo y la bandeja que llevaba por todo lo alto repleta de vasos y una jarra con hielo.

- Creo que necesitamos más de esto -le dijo al verla sorprendida mientras la besaba en ambas mejillas.

El grupo celebró con aullidos y gritos de júbilo el arribo de las nuevas provisiones y la trigueña cambió su cara de sorpresa por una sonrisa.

Bailaron gran parte de la noche en la misma esquina hasta que la tercer botella estaba por vaciarse y entonces la alejó un poco del grupo.

- ¿Qué te parece si nos escapamos de aquí tu y yo solos?

- Si quisiera - contestó - Pero ¿y mis amigas? Se supone que andamos en grupo para cuidarnos - agregó con voz pastosa.

- Yo me sé muchos trucos -le susurró al oído tomándola por ambas manos.

Sin soltarla, la fue alejando despacio fingiendo que seguían bailando hasta que logró la distancia suficiente para escabullirse por una de las salidas sin que los notaran.



- ¿A dónde vamos? -le preguntó demasiado pasada de copas como para ofrecer resistencia.

- A un lugar seguro y tranquilo -le aseguró mientras le ayudaba a subirse al auto.

Con los primeros rayos del sol y la tormenta en franca retirada se empezó a sentir mejor a pesar de la modorra provocada por haber pasado la noche en vela.

Fue al cuarto de baño y se lavó la cara y las manos profusamente. Mientras se secaba se observó al espejo y al darse cuenta que las molestias habían desaparecido por completo, sonrió a su reflejo.

Regresó al dormitorio, cerró las puertas corredizas de cristal del balcón y de camino a la cama recogió la ropa esparcida por el suelo. Se sentó para calzarse las sandalias y se puso la camiseta despacio. Volteó a ver a la trigueña por última vez. Removió las sábanas y al descubrirla notó el charco que continuaba creciendo con la sangre que emanaba desde el profundo orificio que en la espalda baja, la hoja insertada no podía contener.

Vaciló un momento mirándola dudoso. Finalmente se decidió y desencajó el arma con cuidado de no mancharse la camisa. Mientras atravesaba la puerta suspiró aliviado, las voces habían callado por fin. Al menos, por ese día.


Creative Commons License
Al Amanecer by Raúl García Rodríguez is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License.
Permissions beyond the scope of this license may be available at http://raulgarciardz.blogspot.com/.

domingo, 28 de febrero de 2010

Unalak


Mi nombre es Unalak, que en la lengua de mis ancestros quiere decir Viento Del Oeste. Te lo aclaro porque sé que cuando me vaya y escuches mi historia en boca de otros, se referirán a mí con el nombre que me impusieron en esta tierra ajena.


Recuerdo con claridad el día que mi padre me contó que desde corta edad, me escabullía constantemente de mi madre para estar cerca de los jóvenes de nuestro clan y verles jugar luego de cumplir con sus deberes de la jornada. Según esto, llegó a ser tan famosa mi rebeldía que decidieron darme el nombre de la impulsiva corriente cálida que anuncia con su llegada el cambio de las estaciones.

Esa historia no la conocen los hombres blancos. Esos seres tan livianos de espíritu como de huesos, que creyéndose jueces del mundo van por ahí adueñándose de todo, los mismos que tachándonos de asesinos masacraron a la mayoría de los míos y condenaron al destierro a los que les sobrevivieron. Es por eso que maté a uno de ellos y a causa de mi crimen es que recuperaré mi libertad.

Nunca hubiera imaginado que un día que parecía tan común y corriente como el de ayer, fuera a terminar de manera tan sorprendente.

El sol había aparecido muy temprano en el horizonte y apenas iniciaba la mañana cuando ya sufría sus estragos sobre mi piel, acrecentando con esto el dolor de cabeza que me molestaba desde hacía tiempo. Es verdad que los de mi raza apreciamos mucho la reconfortante calidez solar y agradecemos a Akicha, su espíritu, por avivarnos con su presencia luego de los largos meses de oscuridad y frío que nos afligen en el invierno. Por el contrario, acá el sol quema desde muy temprano y deja una estela férvida que dura toda la noche. Aquí nunca es invierno y la falta de un espacio decente me imposibilitaba ejercitarme y librarme del sofocamiento.

Al mediodía, el hambre y la temperatura eran ya insoportables y sentía un intenso mareo cuando Jack llegó con el desayuno y algo de medicinas. El era mi único amigo aquí. No sólo me enseñó a trabajar practicando pacientemente conmigo cada uno de los trucos del espectáculo que luego mostrábamos por las noches, siempre estuvo al pendiente de mí, curándome y vigilándome en las innumerables ocasiones que enfermé por este árido clima y el agua tan malsana.

No era la excepción, más de 3 semanas habían pasado ya sin que dejara de atormentarme una fiebre altísima. Luego de comer con avidez, Jack me suministró la medicina a través de una enorme jeringa, pero no sentí nada. Le supliqué por más comida y él sonrió negando con la cabeza pidiéndome que lo acompañara al lugar de prácticas. Lo seguí sin ganas pensando que al menos así conseguiría alimento extra.

El espacio donde ensayamos es muy parecido al escenario principal, a excepción de que es más pequeño y casi nunca hay nadie. Al entrar, pude observar su forma circular en donde todo estaba dispuesto como siempre: Las rampas de aterrizaje, los pares de vallas bicolores, y la pequeña plataforma desde donde Jack daba las instrucciones.

Esta vez había un nuevo elemento. Un círculo de gran tamaño suspendido por largas cadenas de acero que bajaban desde lo alto y se balanceaba en el centro del lugar – Encima un programa nuevo –maldije sin que mi amigo me hiciera el menor caso.

Estuvimos toda la tarde trabajando, lo cual ayudó en parte a aminorar un poco mi apetito, ya que cada que terminábamos de repetir un ejercicio, Jack me dejaba descansar unos minutos, los cuales aprovechaba para devorar con rapidez los pequeños entremeses que se me permitían en los ensayos. Ya no sentía tanta hambre más el mareo y la fiebre seguían en aumento, Creí que no lograría estar en forma para la noche, ya antes me había pasado igual.

Después de cuatro horas de ensayo, Jack me regresó a mis aposentos en donde ya me esperaba el equipo de preparación. Me ayudaron a bañarme y alistarme. A pesar de que lo hicieron con gentileza, mi malestar no cedía, empeorando con el intenso ruido que ya provocaba la multitud desde las butacas, como de costumbre, atiborraban la gradería mucho antes de dar por iniciado el show.

Cuando los preparadores se dieron por satisfechos, me guiaron a la salida aunque yo renegaba con aspavientos intentando convencerlos para que me dejaran en paz.

Al fin llegué al domo y la multitud pareció enloquecer poniéndose de pie para verme mejor. Gritaban histéricos al tiempo que sacudían sus manos para saludarme al paso de mi vuelta inaugural.

Apenas la finalicé, todas las luces se apagaron y el lugar quedó en silencio. Este solía ser el único momento tranquilo de la velada y escasamente duraba unos segundos.

Acto seguido, se volvieron a encender las luces, esta vez mucho más intensas y un juego intermitente de rayos láser bailoteaba al compás de una melodía estridente que terminó de desquiciar a la multitud. Muy acostumbrada estaba a todo eso, pero a causa del tremendo malestar, las luces me cegaron y el ensordecedor escándalo de la música mezclada con los gritos me hizo sentir tan mal, que por momentos temí perder el conocimiento.

Con todo, pude seguir con la faena. Mi compañero apareció al centro del escenario ataviado con su traje de gala que tenía las mismas formas y colores que el mío. Saludó levantando los brazos a la multitud que lo ovacionaba. Me hizo la señal acostumbrada y fui hacia él para empezar con la primera de las suertes. Ésta consistía en saltar por el aire girando sobre mi propio eje en el sentido en que las manos de mi entrenador así lo indicaran. Un ejercicio simplón que de todas maneras el público parecía disfrutar.

Venían después dos vueltas lentas, nadando de lado, sacando y agitando una de mis aletas para copiar con esto los ademanes que Jack realizaba mientras animaba a la gente para que los siguieran. El resto más sencillo aún; saltar frente a él mostrando mi enorme torso, nadar en reversa y de regreso para finalizar en la rampa que me dejaba fuera del agua casi por completo.

Ahora tocaba la parte más complicada. Jack se tiraba al agua y mientras flotaba, yo me acercaba lo suficiente por debajo para posar sus pies sobre mi nariz. Me movía entonces a lo largo de la circunferencia llevándolo con mi hocico mientras adquiría más velocidad y él lograba sacar el cuerpo extendiendo sus brazos en forma de cruz hasta dejarlo sano y salvo en la rampa.

Se suponía que luego de dejarlo, yo volvería de inmediato a la parte profunda, pero sintiendo que la sangre me hervía y la cabeza me taladraba aterricé en la rampa y me quedé quieta, presa del dolor y a punto del desmayo. Jack me hizo señas para regresara a sumergirme pero no le hice caso hasta que se acercó junto a mi poniéndose en cuclillas. Me acarició la cabeza y metió un pescado por mi boca abierta. – Está bien pensé –de todas maneras ya falta muy poco.

Volví al agua y Jack me siguió. El último ejercicio era el más pesado y apenas lo habíamos ensayado ese mismo día. La idea era llevar a Jack montado en mi lomo y dar una vuelta por el estanque mientras del techo bajaba lentamente el enorme círculo hasta quedar inmóvil a unos cuantos metros por encima del nivel del agua.

Nadé entonces hacia el centro del escenario con el impulso suficiente para que a la distancia precisa, pudiera elevara mi cola lanzando a Jack a través del aro. Dos segundos después le seguiría.

Sin embargo, me sorprendió ver que en un instante y como por arte de magia, el enorme anillo se cubrió de fuego. Lejos de atemorizarse la multitud vitoreó el suceso pero yo me llené de terror y un respingo en el pecho hizo estremecer mi cuerpo. Cayendo en la inconsciencia, fatigada en exceso y con el entendimiento aturdido por la fiebre, mis ojos se fueron cerrando y las imágenes de una tarde lejana empezaron a surgir en mi memoria.

En esa ocasión mi madre, en compañía de mis parientes, me llevó hasta las orillas de Nunataq, la gran montaña helada del norte, para rendirle culto a Sedna en su propia morada por los favores recibidos en la temporada de caza.

No obstante del tiempo y la distancia, recordé que jugaba con mis hermanos permitiendo a los más grandes proseguir con la ceremonia, cuando sin previo aviso, la montaña enfureció irrumpiendo el aire con un ronco alarido, escupiendo fuego y rocas enardecidas que caían a gran velocidad golpeando e hiriendo a los incrédulos presentes.

La situación se volvió caótica. La tribu se dispersó despavorida en todas direcciones golpeándose unos contra otros en el intento desesperado por esquivar la cruel masa carmesí que bajaba desde el pico hasta las aguas de la orilla donde nos encontrábamos. El más leve contacto achicharraba la piel en tanto convertía el agua en un vapor cruento y denso dificultando más la huída.

No tengo idea de cómo logramos salir con vida. Solamente sé que en medio de la confusión, mi madre logró encontrarme y jalándome me alejó de ahí. Yo miré hacia atrás por última vez. ¿Sería que la diosa estaba enfadada? Desde la cumbre pude observar como el halo encendido y amenazante poco a poco se perdía en la distancia.

Tratando de recuperar la compostura, abrí con voluntad mis ojos lo más que pude, esforzándome por seguir adelante con Jack todavía trepado a mi espalda.

Lo primero que alcancé a ver fue el círculo maligno que seguía encendido y se encontraba cada vez más cerca. Espantada, volví a intentar detenerme y evitar el salto, pero Jack me fustigaba con las piernas en mis costados. En el momento justo antes de saltar, perdí el control. Me desvié hacia un lado y sentí un golpe severo en las costillas, Jack insistía en el último segundo. Salté hacia una de las paredes de cristal y lo empujé con violencia contra ésta, aplastándolo con todo el peso de mi cuerpo.

De inmediato sentí que el espíritu se le escapaba por la garganta. La muchedumbre dio un alarido de espanto y quedó en silencio otra vez. Se apagó la música y las luces de colores. Los preparadores corrieron a rescatar en vano a un inerte y sangrante Jack.

Sin pensar en lo que hacía y con el afán de no darle importancia a lo sucedido, nadé alrededor del estanque para finalizar mi acto como siempre. Me sumergí en el agua y salté por el aire expulsando con mi cola toda el agua que me fue posible para rociar a la mayor parte de la concurrencia. Por primera vez nadie rió, nadie aplaudió.

Hace un rato, vinieron varios hombres y me inyectaron nuevamente. Esta vez sentí un reconfortante cosquilleo que en poco tiempo recorrió mis venas y finalmente me siento mejor.

A causa de lo sucedido, ahora dicen que soy peligrosa y que ya de nada les sirvo aquí. Hoy me llevarán en un barco para soltarme a mi suerte en alta mar, muy lejos de este horrendo lugar.

Con las primeras luces de la primavera, regresaré a Inupiaq, la tierra de mi familia, donde seguramente me reencontraré con mis hermanos y volveré a ser la que una vez mi padre llamó Unalak. Honrando su memoria, llegaré a mi hogar llevando conmigo el cambio de estación.



Creative Commons License
UNALAK by Raúl García Rodríguez is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License.
Permissions beyond the scope of this license may be available at http://raulgarciardz.blogspot.com/.